Pasó de largo, como siempre. Nunca esperé algo distinto. Jo hacia años que ni se dignaba a mirarme. Tampoco yo lo hacía. Todo cambió cuando Katie desapareció.
Katie apareció el primer día de clase, tarde, y se sentó a mi lado. Era muy guapa y parecía mucho mayor que cualquiera de nosotras, quizá por eso muchas chicas se dedicaron a odiarla. En un par de meses, Katie reunió a su alrededor un variopinto grupo de amigos. Todos veníamos de grupos diferentes, y no teníamos nada en común, excepto ella.
Conseguía llevarse sorprendentemente bien con todo el mundo, fueran mayores o más pequeños, chicos o chicas (siendo las últimas más proclives a mirarla de mala manera). Poco a poco empezamos a quedar fuera del instituto. Reíamos, jugábamos, pasábamos las tardes en las plazas de la ciudad,... nunca sacamos fotos. Nunca hicieron falta. Recuerdo perfectamente todos aquellos momentos.
Katie nos unía a todos de tal modo que te llevabas bien con gente a la que antes ni saludabas. Todos sentíamos una mezcla de pena y admiración por ella. No era una buena chica: sacaba notas bastante mediocres, solía meterse en líos y tenía siempre un par de problemas alrededor, pero tenía un magnetismo que nos mantenía pegados a ella. Nunca fue mala con nosotros. Rompió un par de corazones, pero eso siempre pasa. Sabías que siempre podías contar con ella, fuese la hora que fuese, te iria a buscar, te metería en un taxi y te llevaría a casa.
Quizá nosotras, por ser diametralmente opuestas, nos llevábamos especialmente bien, y teníamos más confianza que con el resto del grupo. Muchas veces quedábamos antes, y fue ella quien me aficionó al café.
Un buen día desapareció. Dejo de ir a clase paulatinamente, hasta que un día los profesores nos dijeron que se había desmatriculado. Nunca más supimos de ella, y el grupo fue disolviéndose poco a poco, como si ya no hubiera absolutamente nada en común, a pesar de todo lo que habíamos pasado juntos.
Ni Jo ni yo, ni ninguno del grupo, mantenemos el contacto aún. Nos vemos por los pasillos, pero bajamos la mirada, como si nos avergonzase no mantener el contacto, como si no estuviésemos haciendo lo que ella querría. Cuando alguno levantaba la vista por casualidad, se cruzaban miradas cómplices, de recordar a una persona que ninguno olvidará nunca.
A Nuria