Lunares


Cuando se despertó y se giró, se encontró su espalda desnuda. La sábana a la altura de su cadera, su melena sobre la almohada y aquellos lunares preciosos adornando su espalda. No entraba luz por la ventana, la persiana estaba totalmente cerrada, pero no hacía falta. Veía su silueta girada contra el colchón.

Entonces se dio cuenta de que ya estaba. Se había enamorado, ya no habría ninguna otra. La miraba y se le hinchaba el corazón, y como se le hinchaba el corazón se le encogía el estómago (porque todo junto no cabe). Y con sus dedos recorrió sus lunares, dibujando constelaciones y cielos infinitos. Y sintió ese amor clásico de película, de miradas llenas de ternura y sonrisas tontas y bobaliconas, aquel que tantas veces había criticado y había llamado ñoño y pasteloso... casi tantas como había deseado vivirlo.

Cruz.


Han pasado tantos años, tantos… se supone que ya debería haberte olvidado, que ya no tendrías que existir. Pero existes. Sigues ahí, siendo mi amor eterno, después de todo lo que me hiciste, de cómo me trataste y me humillaste. Intento odiarte, me autoconvenzo de que eres lo peor que me ha pasado, que me has hundido y me has roto por dentro. Pero no puedo. He estado con otros: chicos, hombres, buenos, malos y regulares… sigues ahí. Ninguno es como tú. No me enamoran ni me hacen quererles. Aunque me entreguen su corazón, aunque me traten como a una reina,… para mi sigues siendo tú. Y por mucho que esté harta, por mucho que me esfuerze en encontrar a otro, cuanto más lo intento más profundo llegas, más arraigas en mi. ¿Cómo puedo deshacerme de ti? Quiero tirarte al mar con una piedra y alejarme libre, liviana… feliz.