Jane Doe


¿Quién era ella? Jane Doe, Bala Perdida. Deambulaba por las calles, generalmente muy despacio. Miraba con curiosidad a la gente, en ocasiones de un modo escrutador y molesto. Se paraba con frecuencia frente a los puestos de los mercados, fijándose en todos los productos, tocándose los labios con los dedos, fingiendo que dudaba y que iba a comprar. Nunca lo hacía.

Tenía un aire infantil. Parecía que ella misma se hubiese cortado el pelo, de forma irregular. Unos cuantos mechones le caían sobre la frente. La nuca despejada, el pelo recogido en trenzas para evitar el intenso calor de una gran ciudad tropical. Llevaba un vestido desgastado, de lino, de color un blanco sucio, con pequeñas roturas en el cuello. No estaba ceñido, no acentuaba las escasas curvas de un cuerpo adolescente. A veces lo cambiaba con una camiseta de hombre y unos pantalones vaqueros cortados. Esto era aún más horrible, pero ella siempre estaba hermosa.


En ocasiones parecía que te miraba fijamente a los ojos, pero después te dabas cuenta de que miraba más lejos, a la nada, a través de ti. Sonreía pícaramente cuando estaba con los niños de la calle, se lo pasaba bien con ellos, aunque no encajaba. No encajaba en ninguna parte.


Los viejos verdes la miraban con ojos libidinosos. Lo jóvenes la llamaban haciéndole proposiciones que cualquiera consideraría indecentes. Las mujeres se ponían celosas y la criticaban por ir provocando. Pero ello no provocaba, no lo hacía adrede. Ignoraba lo que le decían, y continuaba caminando lentamente, perdiéndose entre el aire caliente y el humo de las motos, hacia los barrios marginales. Allí, creían todos, era donde vivía.


¿Quién era ella? Jane Doe, una bala perdida en una gran ciudad tropical.

Edith


"... él ya no te quiere. Nunca te quisó ni te querrá. Si fingió quererte fue por compasión. Pero ya no te quiere.Nunca..."


Portazo. Y lágrimas. Lágrimas como gotas de lluvia, grandes, llenas de dolor. Una profunda necesidad de gritar, de chillar, pero ningún sonido salió de la boca de Edith. Lloró en silencio, tapándose la boca con una mano temblorosa.

Cayó al suelo, arrastrándose por la pared, lentamente. Sus piernas ya no respondían. Y allí, en el suelo, Edith se hizó más pequeña, se pegó como pudo a la pared, intentando protegerse de los gritos que Jonah seguía lanzándole a través de la puerta. Puñales que se clavaban hondo, unos sobre otros.

Una mano sujetaba su boca, muda y desencajada por el dolor. La otra bajó al pecho, clavándose las uñas en la piel. Un intenso dolor, centrípeto, que la resquebrajaba por dentro. Su mano intentaba sujetar esos fragmentos, ya rotos, que parecían desvanecerse entre sus dedos. Igual que las lágrimas que caían desde la cara. Un gran vacío interior, que precisamente por ser vacío era tan doloroso.

Y al otro lado de la puerta, ya sólo había silencio.

Cecilia y Amanda


La vió en la fiesta. Sentada, hablando tranquilamente con unas chicas que se acababan de acercar. Llevaba un vestido corto, color lila, y una preciosa banda en el pelo. Bailarinas negras. Sencilla pero elegante, tal y como ella misma habría ido a su edad. Y en ese momento, Cecilia decidio que Amanda sería su hermana pequeña, su protegida, su continuación.

Abandonó el grupo que la rodeaba, grande y lleno de gente importante ( los años de experiencia la convirtieron en alguien muy admirado), que contrastaba con el de su futura pupila. Amanda le encantó enseguida. Siempre sonriente y complaciente, agradecida, inocente pero con picardía, y desde luego muy inteligente.

Se la llevó de compras, le enseñó los mejores restaurantes y bares, la presentó a encargados de tienda y maîtres. Le enseñó la mejor vida de la ciudad, la admirada y envidiada por todos. A los mejores, a los más conocidos. Cecilia disfrutaba enseñándole a Amanda todos sus conocimientos, adquiridos con los años.

Amanda, sencillamente, la adoraba. Siempre la había admirado, en silencio. Y siempré pensó que quería ser así cuando estuviera en la Univerdad. Conocer a todo el mundo y que todos te conozcan. Admiraba también la capacidad de Cecilia para ocultar sus problemas hacia el mundo. La popularidad acarrea problemas, que se suman a los anteriores. Cecilia no los superaba siempre, pero los ocultaba con maestría. Puede que en su interior estuviese triste o furiosa, o que odiase a la persona con quien estaba hablando, pero siempre parecía feliz, perfecta. Amanda sólo aprendió a distinguir con el tiempo cuando fingía.

Blair Lane

Blair Lane se despertó aquella mañana nada más sonar el despertador. No se molestó en buscar las zapatillas, que se habían metido debajo de la cama, y caminó lentamente hasta la ventana. Otro dia de lluvia.

Salió de la ducha y encendió la radio mientras se secaba y buscaba la ropa en su armario. Al oir que ya eran las ocho, se apresuró a la cocina y abrió la nevera. Cogió mantequilla y mermelada y untó las tostadas desordenadamente. Se comió una mientras aireaba la colcha y recogía la mesa, empujando todos los papeles y bolígrafos hacia el bolso. Cogió el móvil de la mesilla y se pusó el abrigo mientras caminaba hacia la cocina y arrancó un trozo de papel de cocina para coger la segunda tostada. Abrió la puerta (de nuevo atrancada) con dificultad y empezó a bajar las escaleras mientras se abrochaba el abrigo y sujetaba la tostada (papel incluído) con la boca.

Tropezó con Ben en el segundo piso. Ella aún no sabía su nombre, porque era su nuevo vecino. Y el que sería su amor durante los próximos cinco años. Pero en ese momento, Ben sólo consiguió que Blair tragase sin querer un trozo de papel, y lo único que ella le dió a cambio fueron un par de insultos, que se seguían oyendo mientras bajaba rapidamente la escaleras y daba un sonoro portazo.