Días de verano




Las noches de verano eran sin duda las mejores. El deambular por la calle y terminar descalzas en la playa se hacía habitual, y el calor bajo el sol se convertía en una suave brisa de noche que nos empujaba suavemente mientras bajabamos a la arena.

Solíamos ir a comer a la playa. Aireen tenía la casa de su abuela cerca y dejábamos alli la sombrilla y un taburete que hacía las veces de mesa. Lo cierto es que ninguna de las cinco tenía dotes culinarias, asi que durante el verano sobrevivíamos a base de bocatas, tortillas, croquetas y palitos de pescado (precocinados, claro). Después nos tumbábamos a echar la siesta, y cuando volvíamos a abrir los ojos, estábamos rodeadas de tanta gente que era imposible moverse. Nos bañábamos, jugábamos a las cartas, reíamos, nos sacábamos fotos,...

Cuando empezaba a ponerse el Sol, volvíamos a casa de la abuela de Aireen, dejábamos allí las cosas, y después íbamos dando un paseo hasta la casa de Caroline, una preciosa mansión colonial blanca, con los marcos y el tejado de color azul. Cenábamos en el porche trasero, en la mesa de madera de haya, sentadas en el balancín y en las sillas de mimbre. Amanda y Caroline tenía por costumbre subir los pies a la silla, dejando las sandalias en el suelo, algo que todas terminamos por imitar.

Al terminar de cenar, llevábamos los platos al fregadero, y subíamos las escaleras que desde la cocina, en un rincón, ascendían al piso de arriba. Nos lavábamos los dientes (en verano el tarro de los cepillos de dientes tenía 4 ocupantes más) y nos preparábamos para salir entre la habitación de Caroline, hurgando en su enorme vestidor que llevaba acumulando ropa desde hace años, y su baño, apretujándonos frente al espejo. En verano, quizá porque el ambiente general era más relajado y natural, no nos preocupábamos tanto por arreglarnos como en invierno. Raro era el día en que alguna llevaba tacones, y nuestro maquillaje no solía exceder de un simple khôl y algo de colorete, con cacao para los labios. Los únicos adornos y excesos se limitaban a cintas en el pelo, muchas pulseras diferentes y variopintas y algún colgante que Amanda nos hacía con cuentas a las demás.

Bajábamos por la calle principal, caminando mientras nos reíamos, tropezábamos (en el caso de Caroline, sucesivas veces), cantábamos y bailábamos, y posábamos para Carol, que nos acosaba con sus fotografías.

Sería imposible resumir el transcurso de la noche. Bailábamos como locas al ritmo de cualquier música, como si cada noche fuera la primera del verano. Encontrábamos a gente nueva y vieja, revisionábamos amores de verano, nos dispersábamos, y a en ocasiones no nos volvíamos a ver hasta la playa.

El final de la noche era lo mejor.Las cinco tiradas en la playa, adormiladas, diciendo tonterías y riéndonos por una mezcla de somnolencia y resaca. Vernos dese el paseo debía de resultar un pequeño espectáculo: Aireen, de larga melena pelirroja, se reía y empujaba a Caroline, de melena con preciosos bucles dorados, levantaba sus largas piernas mientras cantaba canciones que ella misma inventaba; Amanda, de melena rubia y muy lisa, estaba en el centro, adormilada, y se reía a ratos cuando cogía el hilo de alguna conversación; Marie y yo, de melenas castañas, éramos sin duda las más tranquilas del grupo, y nos sonreíamos escuchando lo que decían las demás. Lo cierto es que ese momento, justo antes de irnos a casa para dormir por la mañana, era para mí el mejor del día.

Después el verano terminaba. Yo volvía a Londres, Caroline se iba a Barcelona, Amanda a Alemania. Las únicas que se quedaban en la laya eran Aireen y Marie. Pero no era lo mismo, y de esa época ya sólo quedan los recuerdos...

Beautiful girl

No era la más guapa. Solía llevar el pelo recogido en una coleta medio hecha, con prisas y que echaba con brío hacia un lado. Sus ojos eran marrones, normales, ni grandes ni pequeños, pero si es cierto (me fijé más tarde cuando Jackie me lo dijo) que con ellos escrutaba cada detalle de lo que veía, y los movía con avidez, buscando siempre algo nuevo que descubrir.

Hasta su nombre era normal. Jane Smith.¿Cuántas Jane Smith debe de haber en el mundo? Seguramente sea el nombre más común que puedas encontrar. Pero nada de eso importó.

Cuando la ví, miraba con interés unas flores en el jardín. Se acercaba y alejaba gradualmente (lo cierto es que en ese momento parecía una loca). Ni se dió cuenta de que me acercaba, hasta que estuve justo detrás de ella. Levantó la cabeza y se dió la vuelta rapidamente, golpeándome en la cara con su melena. Me miró mientras se recogía desordenadamente el pelo con una cinta, y cuando terminó, sonrío de forma brusca y nerviosa.

-Charlie, ¿qué...qué miras?

Yo nunca la había visto con vestido. Y la besé.