Gula


Llevaba tres días comiendo. Tres días sin parar de comer, todo el tiempo entrando y saliendo de la cocina. Le valía todo: dulce o salado, cocinado o crudo, caliente y frío. También bebía un poco de vez en cuando, algo de café o zumo.

Tres días engullendo. Y notaba como su cuerpo se hinchaba poco a poco, su barriga estaba blanda y ya no se le notaban los huesos en las piernas. No era capaz de parar. Cerraba la cocina y se iba a la otra punta de la casa, pero volvía al cabo de diez minutos.

Lo preocupante no eran sólo las cantidades que comía, también el desorden con que lo hacía. Lo mismo desayunaba un filete y cenaba tostadas, o se levantaba de madrugada sólo para hacerse una sopa. No recordaba por qué había empezado a comer así, pero esperaba acordarse pronto para poder acabar con aquel circulo vicioso. O al menos para evitar llamar tener que llamar a Leo para pedirle ayuda.