Poppy


Poppy se despertó antes de que sonara el despertador. Abrió los ojos parpadeando muchas veces mientras se acostumbraba a los rayos de luz que se colaban por las rendijas de la persiana. Estiró los dedos de los pies mientras se le dibujaba una sonrisa en los labios, y abrazó la colcha por última vez antes de levantarse.

La madera del piso estaba fría, pero ella siempre se ponía calcetines para dormir, así que le era indiferente. 

Nada más apoyar los pies en el suelo, sonó el timbre de la entrada. ¿El cartero? Imposible, sólo eran las ocho y media de la mañana. ¿La portera? La señora Millavans no acostumbraba a subir a los pisos. Quizá era su madre, o su hermana, y había ocurrido una desgracia.

Se puso el jersey que tenía a los pies de la cama y corrió hacia la puerta de entrada. Al abrirla, se encontró a Damien de frente. Él la miró de arriba abajo, y se quedó mirando sus piernas, desnudas y que empezaban a esconderse la una tras la otra, como hacía siempre que se ponia nerviosa.

- Hola, Pop.
- ¿Qué haces aquí?- preguntó ella mientras le miraba como quien mira a un fantasma.
- Yo.... te echaba de menos Pop.
- ¿Y qué? ¿Qué se supone que significa eso?
- Significa.... que llevas puesto mi jersey- y sonrió, y vio como ella esbozaba una sonrisa pequeñita, de niña, como siempre que perdía una discusión y no quería reconocerlo.